EL TRABAJO INTERIOR. Pablo d´Ors.

 No es que las pequeñas cosas sean importantes, es que son las únicas que existen. Las

grandes se esfuman: dan un chispazo, hacen mucho ruido y luego se disipan en la nada. Sólo lo

pequeño es eterno, quizá con esto podría resumirse el entero cristianismo. Aunque, a decir

verdad, nada es grande o pequeño, la mente que enjuicia la grandeza o pequeñez está

enferma. Todo lo que es, es. Lo demás lo añadimos nosotros, pero no está en las cosas.

Desde esta clave, cualquier existencia, hasta la más anónima u oscurecida, es, bien

mirada, una aventura. Una de las grandes aventuras de la condición humana ha sido para mí,

desde luego, el desierto, es decir, el vacío, la nada, el vértigo. Aunque, antes de todo eso, el

desierto es sobre todo un camino, un itinerario de purificación: la fragua de una personalidad.

Diría que la condición de la luz es el desierto.

Yo he tenido el privilegio de conocer el desierto físico, pero eso no es nada, por

inmenso que sea, con el desierto que he encontrado en mi interior: el desierto afectivo, por

ejemplo, pero también el desierto de sentido, el desierto de dios, el desierto de la poesía… El

desierto no se atraviesa de una vez por todas, vuelve una y otra vez, aunque no lo queramos,

aunque lo rechacemos, aunque lo abracemos, vuelve siempre. Probablemente es porque

somos desierto, somos espaciosidad, somos posibilidad pura, que eso es lo que la metáfora del

desierto significa.

El desierto me ha hecho descubrir que nunca nos conocemos del todo, que siempre

nos llevamos sorpresas. Más bien nos vamos desconociendo cada vez más. Vamos conviviendo

más serenamente con nuestra ignorancia. No es que haya que dejar las cosas atrás, como si

fueran malas. Hay que llevarlas con uno, pero sin avidez, sin dependencia, con santa

indiferencia, con soberanía. Como si fuéramos el rey del mundo, puesto que lo somos.

Este es el camino que a mí me ha devuelto a casa. Todo camino verdadero te devuelve

a casa. Te devuelve a ti mismo. La veracidad de un camino se muestra precisamente en que te

coloca en tu principio. En el principio está todo, todos los desarrollos están contenidos en los

principios. Estar en el momento presente es darse cuenta de que todo está empezando

continuamente. Los desarrollos, en cambio, son mucho más ilusorios que los inicios.

Lo mejor que podría hacer el cristianismo, en este sentido, es volver a Cristo. Cristo es

lo esencial, todo lo demás es un epígono.

Abogar por la espiritualidad es lo mismo que abogar por la verdad. La verdad es la vida.

La espiritualidad existe para desenmascarar nuestras mentiras. A nadie le gusta que le dejen

desnudo, pero para eso se emprende un camino espiritual.

Cuando nos hacemos adultos, por desgracia nos olvidamos de lo que significa ser niño.

Vivir con un niño, iniciarle a la vida, es un modo de recordarlo. Quizá sea Lewis Carroll el único

adulto, de cuantos he conocido o leído, que recuerda perfectamente en qué consiste ser niño.

Por mi parte, es cierto que me he esforzado en enseñar a los demás el camino que yo he

recorrido. Lo que ahora quisiera es volver a ser un niño: quedarme absorto con mis

construcciones de juguete, patinar con mis amigos, imaginar que una lona vieja y raída es una

cabaña, construir un castillo de arena en la playa… Quisiera que estos fueran mis proyectos de

futuro.

Escribo esta página para decir que da exactamente igual qué seamos, lo importante es

que seamos. Porque ser es mucho más difícil que ser algo. Ser algo es con frecuencia la trampa

que nos tendemos para no ser. El trabajo interior es para aprender a ser, a no hacer. Ese

trabajo interior no te quita tu carácter, pero lo moldea, lo convierte en algo positivo para los

demás.

A quienes quieren hacer su trabajo interior conmigo les digo que perseveren en la

oscuridad y en el amor. Les digo que no importa no sentir, que no importa sufrir. Que importa

por qué se sufre y, desde luego, que el amor sea más fuerte que nuestros sentimientos.

También les digo que sigan a un maestro que no vaya de maestro, pero que hay que tener un

maestro sí o sí. Y que caminen junto a otros, nunca solos. Y que no sean tontos y se fíen de una


propuesta concreta, de una tradición con raigambre, cuanto más milenaria y menos exótica,

mejor. También les digo al final -y esto es lo más importante de todo- que yo estoy dispuesto a

caminar a su lado. Si no estoy dispuesto a caminar a su lado, prefiero no decirles nada.



Comentarios