Piedad. Espido Freire
Hace poco me encontré en una conversación en el que algunos estudiosos del arte discutían acerca de arte religioso; superado el escurridizo escollo de diferenciar el arte sacro del de temática religiosa la conversación acabó en una interesante pelea amistosa con la ambición de definir cuál de todas las bellísimas pinturas, esculturas o frescos era la más bella de las realizadas por el ser humano, y cuál la más relevante. No existió demasiada duda respecto a la más hermosa: ante nuestra imaginación y nuestra memoria apareció, cálida y conmovedora, la Piedad de Miguel Ángel, que une al hijo muerto y a su madre. Libre de la cruz y sus rigores, el cuerpo hermoso y herido de Jesús yace en brazos de una Dolorosa tan real, tan corpórea, que su sufrimiento no ha envejecido un solo día. Pero la conversación comenzó a enrevesarse cuando abordamos cuál considerábamos más relevante: para unos, sin duda, la Capilla Sixtina debía encabezar la lista: su Cristo lampiño, su Dios Padre barbado, la cali