EL TRABAJO INTERIOR. Pablo d´Ors.
No es que las pequeñas cosas sean importantes, es que son las únicas que existen. Las grandes se esfuman: dan un chispazo, hacen mucho ruido y luego se disipan en la nada. Sólo lo pequeño es eterno, quizá con esto podría resumirse el entero cristianismo. Aunque, a decir verdad, nada es grande o pequeño, la mente que enjuicia la grandeza o pequeñez está enferma. Todo lo que es, es. Lo demás lo añadimos nosotros, pero no está en las cosas. Desde esta clave, cualquier existencia, hasta la más anónima u oscurecida, es, bien mirada, una aventura. Una de las grandes aventuras de la condición humana ha sido para mí, desde luego, el desierto, es decir, el vacío, la nada, el vértigo. Aunque, antes de todo eso, el desierto es sobre todo un camino, un itinerario de purificación: la fragua de una personalidad. Diría que la condición de la luz es el desierto. Yo he tenido el privilegio de conocer el desierto físico, pero eso no es nada, por inmenso que sea, con el desierto que he encontrado en mi