Entusiasmo y educación. Francesc Torralba

 


Vivir cada lección como única no es fácil, pero es la clave del éxito. Vivir
cada encuentro con los alumnos como algo único es fundamental.
Eso exige, por parte del maestro, aislar de su mente las preocupaciones
futuras, pero también las resonancias del pasado. Exige de él desprenderse del
peso de la conciencia histórica y centrarse totalmente en el presente, en los
alumnos, en la materia a tratar hasta tal punto que todo lo demás se evapora,
desaparece de la conciencia. Esta absorción en el presente es clave, pero no
sólo en la práctica educativa, también en el oficio de escribir, en el arte de
pintar o de esculpir.
La alegría, como el entusiasmo, es comunicativa. Por ello, nadie puede
aleccionar mejor en la alegría que quien es alegre. Si un maestro está
apenado, por mucho que se esfuerce por comunicar la alegría, su enseñanza
será deficiente. Para dar lecciones de entusiasmo, sólo se necesita estar
entusiasmado. Sin embargo, no es fácil estar siempre entusiasmado con la
tarea de enseñar, con el hecho de ser maestro. Quienes gozamos y sufrimos
en el aula, sabemos que enseñar es una tarea difícil, en ocasiones, ingrata y
cansina.
Una organización fluye correctamente cuando los miembros que forman
parte de ella, se sienten entusiasmados con lo que hacen, con la visión de la
misma, cuando se desviven por lo que realizan, pues entonces se implican
hasta tal extremo, que no perciben el esfuerzo como una carga, sino que éste
fluye cómodamente, de un modo natural, del corazón de la persona.
No existe una fórmula, ni algoritmo para el entusiasmo. Los maestros
tenemos el deber de entusiasmar a las generaciones venideras, de despertar,
en ellos, el deseo de existir, de proyectar, de construir futuro. No estamos
legitimados para contagiar las generaciones presentes y futuras con los
resentimientos y los conflictos del pasado. Con demasiada frecuencia, durante
el proceso educativo se comunican todo tipo de resentimientos y rencores que
proceden de conflictos muy lejanos al presente, conflictos entre etnias,
naciones, grupos políticos, sociales o religiosos que las generaciones
presentes ignoran totalmente.

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A los maestros se nos exige contar la historia, narrar los hechos con la
máxima veracidad, relatar esos acontecimientos por bárbaros que fueran,
tenemos la obligación de transmitir lo acaecido, sin olvidarnos jamás de lo que
el teólogo católico, Johan Baptist Metz denomina “las víctimas de la historia”,
pero no podemos, en ningún caso transmitir nuestros resentimientos y
predisponer a las generaciones presente a enemistarse con sus hermanos, a
continuar luchas que ellos no empezaron, a enfrentarse por dramas que
tuvieron lugar siglos o años atrás.
Para sostener el entusiasmo a lo largo del tiempo es fundamental
alimentarlo, nutrirlo de razones. El entusiasmo del maestro veterano se
fundamenta en la experiencia. No le cansa la repetición, no le satura entrar,
una y otra vez, en el aula. En ella encuentra su razón de ser. Le llena vaciarse,
darse a sus alumnos, comunicar lo que sabe.
Cuando la actividad que uno realiza conecta con la llamada interior, con
la vocación, el entusiasmo fluye, pero cuando uno está obligado a realizar una
actividad que no sintoniza con el fondo de su ser, la hace por puro imperativo
moral.

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