ÉTICA ANIMAL. GIANFRANCO RAVASI

 

El título del libro de Martin M. Lintner, - profesor de Ética en el estudio académico filosófico-

teológico de Bresanona-, Ética animal sorprende mucho menos hoy que en el pasado dada la

sensibilidad animalista actual. Aunque esta, a veces, adquiere tintes extremos como leemos en

Liberación Animal de Peter Singer, un libro a favor de asignar la cualidad de “personas” a los

animales hasta el punto de considerar más grave matar a un chimpancé o a un delfín que a un niño.

El antropocentrismo tradicional, basado en afirmaciones bíblicas, ha dejado de lado la presencia

animal. Esta ha quedado reducida a un mero marco o telón de fondo de la imponente presencia

humana, a pesar del nutrido bestiario bíblico que va desde el “cordero” sagrado hasta el molesto

“mosquito”. El camino propuesto por Lintner incluye cuestiones fundamentales como: ¿cuál es el

significado de una creación tan diversa en la que el ser humano tiene una función de representación

divina, pero no en clave supremacista y despótica, sino según los cánones de la ética de la

responsabilidad?; o ¿podemos hablar de dignidad animal?; y ¿cuál fue el enfoque en el pasado y

cuáles son ahora los de la ética filosófica tendencia “patocéntrica”, es decir, atenta a reconocer la

experiencia del dolor en los animales? Una vez reconstruido el estatuto del diálogo con estos seres

vivos que nos acompañan en el jardín del mundo, encontramos unos caminos mucho más tortuosos

al descender a los “campos concretos de acción”, como refleja este ensayo. Probemos con algunos

ejemplos que dan cuenta de cuán accidentado es el terreno en el que nos estamos adentrando.

Pensemos en la cría intensiva y en el consumo de productos animales que suscita un debate

encarnizado entre los veganos, los vegetarianos, etc., y “freeganos”, es decir, los que comen de

todo. Un terreno todavía más pantanoso es el de la experimentación animal; los zoológicos y circos;

o la caza. El discurso se complica aún más si cabe cuando asistimos a fenómenos culturales inéditos

como el entierro, el duelo o la atribución de legados hereditarios a los animales, llegando, en el

plano teológico, a una auténtica escatología de los animales. Lo cierto es que en la sociedad actual

nuestra mirada sobre estos semejantes ha cambiado mucho y el ensayo de Lintner es una

demostración de ello, porque es capaz de analizar con serenidad las distintas sensibilidades sin

ignorar que, a veces, el animal puede convertirse en la amistad personificada para personas solas y

olvidadas por otros seres humanos. Al permitir que “el animal sea animal y el hombre sea hombre”,

es posible, quizás un tanto ingenuamente, repetir con el Molière del Anfitrión que “las bestias no

son tan bestias como se piensa”. Los santos que como Francisco de Asís hablaban con ellas, lo

sabían. Y en La gaya ciencia Nietzsche temía que los animales “vieran en el hombre a un ser igual a

ellos que ha perdido de forma extremadamente peligrosa el sano intelecto animal; que vieran en él

al animal irracional, al animal que ríe, al animal que llora, al animal infeliz”.


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