KOAN. Pablo d´Ors

 

Un koan es como un objeto que tu maestro te pone en la mano para que te ayude en

tu camino espiritual. Puede ser una pelota, por ejemplo, o una hoja, lo que sea. El maestro te

ha dicho que ese objeto será para ti la puerta por la que entres en el misterio del ser, de modo

que llevas esa pelota o esa hoja siempre contigo. Inevitablemente llegará el momento en que

te preguntes por el significado de ese objeto. “Mi vida es como esta pelota”, te dirás,

“redonda, dúctil, blanda...” Y tantas otras cosas te dirás, seguramente ingeniosas. O: “Mi vida

es como esta hoja, que se ha soltado de un árbol, que va cambiando de color...”. Si empiezas a

decirte este tipo de cosas, no lo dudes: te has perdido. Ese no es, definitivamente, el camino.

Porque no se trata de reflexionar sobre el significado de la pelota o de la hoja; se trata más

bien de mirarlas hasta que comprendas, intuitivamente, que tú eres esa pelota, que tú eres

esa hoja. Pero no llegas a esto porque lo hayas deducido, sino porque lo has visto. No se trata

de pensar, se trata de ver. La pregunta es: ¿cómo puede uno llegar a ver algo así?

Lo primero que hay que decir es que nunca llegaremos a ver que esa pelota -o esa

hoja- eres tú si no la llevas contigo siempre, lo más que puedas. Si te dejas la pelota en casa, si

te olvidas de la hoja y pones en tu corazón otros objetos, esa pelota o esa hoja no se te

abrirán. Tienes que trabajar en algo para que ese algo te pueda trabajar. Solo puedes dar a luz

si has gestado.

Lo segundo es que no basta con que tú trabajes con tu koan, sino que alguien tiene

que trabajar contigo: tu maestro. Tú eres el koan de tu maestro y tu maestro es tu koan para

ti. Necesitas de alguien que te pregunte: ¿cómo vas con tu pelota?, ¿qué te ha dicho la hoja?,

alguien a quien dar cuenta. Alguien que menee la cabeza ante tus torpes respuestas. Alguien

qué te diga: sigues en las nubes, aterriza, vuelve a tu pelota, mírala bien, no digas tonterías,

ponte las pilas. Necesitas de alguien que crea en ti para que tú puedas creer en ti mismo. Sin

esa fuerza externa no se despertará la fuerza interna. Necesitamos de los demás; los otros son

necesarios. No eres autosuficiente en tu camino espiritual. Alguien tiene que ayudarte a

descubrir la puerta, aunque luego seas tú quien deba traspasarla.

La relación con el maestro no es accidental, es sustancial a la dinámica espiritual.

Porque el koan no lo vas a resolver por mucho que trabajes con él; lo resuelves gracias a la

dinámica que se crea entre el discípulo y el maestro. El koan es la llave para ser maestro, para

ser como el hombre -o la mujer- que, como discípulo, tienes ante ti. Debes identificarte con el

koan con que trabajas -la pelota, la hoja…-, pero para ello debes identificarte con el maestro,

es decir, debes respetarlo, mirarlo con devoción, entregarte confiadamente a él, amarlo con

todo tu ser. El koan se abrirá cuando ames a tu maestro lo suficiente, cuando te pongas

realmente en sus manos. Eso es precisamente lo que el maestro ha hecho contigo como

discípulo, y ahora lo haces tú con él; y es así como la pelota -la hoja- se rompe en mil

significados.

Lo que hay que comprender es que nadie tiene nada (sustancial) que tú no tengas.

Cuando lo entiendes, te has iluminado y puedes vivir para enseñar la verdad.KOAN

Comentarios