UN LÁPIZ Y UN CUADERNO. María de la Válgoma

Empieza un nuevo año, en el que hemos depositado nuestras

esperanzas o en el que queremos volcar nuestro optimismo. Por eso

hoy quería ser animosa y darles ánimo a ustedes. Después de dos

años extraños, de pasar nuestras segundas navidades “distintas” (por

primera vez, ceno sola en Nochebuena), de no poder reunirte con tus

hijos, con tu familia, después de dos años con la enfermedad, con la

muerte de familiares y amigos, el último y mas querido hace solo un

mes, pensamos, quizá ingenuamente, que después de los anteriores,

solo podemos encontrarnos con uno mejor. Sin embargo, vemos

desde un plano internacional cómo, al rememorar al cabo de un año,

por ejemplo, el vergonzoso asalto al Congreso de los EEEUU por los

seguidores de Trump, se nos dice que el 70% de los republicanos

sigue creyendo que las elecciones fueron un fraude y que fue su líder

el que ganó. Analistas políticos americanos nos advierten que la

polarización es tal, que podría incluso conducir a una guerra civil,

algo impensable hasta ahora. Y oigo a una mujer declarar que “si hay

que llegar a un baño de sangre, llegaremos”. Y en Europa también,

un miembro de la OTAN, viendo la situación de Kazajistán, y el horror

de un presidente que ante unos manifestantes protestando por la

subida del precio de los combustibles, ordena disparar a matar,

afirma que puede haber una guerra civil. Con ese panorama es difícil

ser animosa.

Y esta tarde de sábado, cae en mis manos el libro de una

comprometida periodista y escritora francesa, Dominique Sigaud, La

malédiction d´etre fille (La maldición de ser niña), donde va

desgranando el horror de nacer niña, aún hoy, en el siglo XXI, y no

solo en los países del tercer mundo, sino también en occidente. En

Francia, por ejemplo, el 40% de las violaciones, las sufren las

menores. Asegura que las niñas son los seres a los que se maltrata

con mayor facilidad, se las desposee de todo, se las engaña, se las

mata, se las viola, mutila y prostituye. Son ingenuas y crédulas. Y se

les ha enseñado a obedecer y a callarse. Sigaud, que en el 94 fue

reportera de la guerra fratricida entre Sudan del Norte y del Sur,

encontró allí a una niña, Mary, de 7 u 8 años, en un refugio. No tenía

nada, ni a nadie. Su pueblo había sido destruido, sus padres y

hermanos asesinados, alguien la llevó a ese refugio que también fue

bombardeado y de nuevo tuvo que huir. Lo único que Mary tiene es

un vestido naranja. El encuentro con esta niña, de la que no ha

vuelto a saber nada, fue lo que le hizo escribir este libro, casi veinte

años después y a ella se lo dedica. “¿Qué te gustaría tener, si yo

pudiera dártelo?,” le preguntó la periodista, pensando que la niña

diría que una casa, o una mamá, o una familia, o incluso unos

zapatos. Pero, para su sorpresa, ella respondió “un lápiz y un

cuaderno”. El lápiz y el cuaderno, es para Mary el deseo de aprender,


y también, de ser como Dominique, que va siempre con ellos, su

instrumento de trabajo. Por eso responde cuando la periodista le

pregunta la razón de porqué lo quiere: “Por que quiero ser como tú,

quiero leer y escribir, quiero ir a la escuela”. En ese lápiz y en ese

cuaderno ve su libertad, su seguridad, su autonomía y de algún modo

su salvación. Es cierto que las niñas son los seres más vulnerables, a

las que primero se les desposee de todo. Pensemos en las niñas

afganas, a las que en agosto hemos abandonado. Ya no pueden ir

más que a las escuelas coránicas. hemos abandonado. Ya no pueden ir

más que a las escuelas coránicas. Se les ha quitado su cuaderno y su

lápiz.


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