LA GUERRA. María de la Válgoma
Comienzo a escribir este artículo en el día en que se cumplen ocho desde que Rusia
invadió sorpresivamente Ucrania, en la madrugada del 24 de febrero. Y comienzo a
escribirlo, porque es difícil no hacerlo (aunque hacerlo también lo es), no hablar de la
guerra, que es, al menos por ahora, lo que más nos ocupa y preocupa a casi todos. El
hecho de que vuelva a haber una guerra en un país europeo era, hasta hace bien poco,
impensable. En suelo europeo las ha habido, no podemos olvidar las cruentas guerras
en la antigua Yugoslavia, que hizo que ese país se dividiese en seis, una guerra terrible,
pero fue más bien una lucha de etnias, dentro de la propia Yugoeslavia, no un país
invadido por otro, lo que no sucedía desde el final de la Segunda guerra mundial. Para
que no hubiera más guerras, se crearon las Naciones Unidas, que al grito de “nunca
mas” pretendían sobre todo trabajar por mantener la paz y la seguridad internacional,
además de defender cualquier violación de los Derechos Humanos.
Esta absurda guerra, todas lo son, va a provocar, como siempre muchos muertos
inocentes, inocentes por ambos lados, porque hemos sabido, por el WhatsApp de un
muchacho ruso movilizado, a su madre, justo antes de morir, que ni siquiera muchos
de los soldados rusos saben a lo que van. No hay guerras sin muertos, titulaba su
artículo dominical en el País del 27 de febrero esa gran periodista que es Soledad
Gallego-Díaz, declarando que tampoco las guerras del siglo XXI son guerras en el
ciberespacio. Los muertos son reales, no virtuales, como en los videojuegos. Y los que
mueren nunca son los que declaran una guerra, o, como en este caso, dan la orden de
invadir. Si ellos fueran a correr ese peligro, no dudo que no lo harían tan alegremente.
O si los jóvenes a los que han mandado a la guerra fuesen sus hijos. Ellos tienen
búnkeres hiperseguros, en los que se resguardarán, con toda garantía, cuando exista el
menor peligro. La última noticia es que esta madrugada, los rusos han ocupado la
central nuclear de Energodar, en la región de Zaporiya, al sureste de Ucrania, la tercera
central mas grande del mundo, la mayor de Europa y mantienen a sus trabajadores
como rehenes, sin permitirles hacer turnos, y sin que nadie pueda entrar o salir. Si los
rusos hacen explotar los seis reactores que tiene, Chernobyil habrá sido un juego de
niños, ya que los daños que se producirían afectarían al mundo entero. No sabemos, a
día de hoy, cuanto durará esta guerra, que no está siendo el paseo militar que Putin
quería, ni como acabará. Ojalá sea pronto, pero aunque finalizara hoy, lo que
lamentablemente no va a suceder, para miles de personas ya habrá causado un daño
irreparable. Pensemos en todos los soldados, de ambos lados, que ya han muerto, en
sus padres, hermanos y amigos, en aquellos cuyas ciudades y casas han quedado
destruidas, en los hospitales bombardeados, en las mujeres que han huido,
arrastrando a sus niños, para salvarlos, mientras maridos e hijos adolescentes y
jóvenes quedaban atrás sin saber siquiera si volverán a verse. Ojalá que la solidaridad
de los países vecinos y de toda Europa, sea continuada, que no nos cansemos, que
ayudemos en todo lo que podamos ayudar, ayuda económica, acogimiento, renuncias
nuestras que les beneficien…como tantas veces solo le pido a Dios que el dolor de
nuestros hermanos ucranios, de nuestros hermanos rusos que no desean la guerra ni
matar, pero les obligan a hacerlo, el dolor de los humanos no nos sea nunca, nunca,
indiferente.
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