Hay dragones. Espido Freire
En otras ocasiones he hablado de ángeles músicos, de la capacidad del alma para
elevarse hacia el infinito a través de la belleza y la música. Sin embargo, no son estos ángeles
los únicos, ni los que más abundan en las representaciones artísticas tempranas: la Edad
Media fue rica en historias e imágenes de los santos y ángeles guerreros en una sociedad que
los necesitaba.
El arcángel Miguel es el más conocido dentro de su jeraquía: un ángel enemigo
declarado de Satanás, guardián de la Iglesia, Jefe de los Ejércitos de Dios, armado total o
parcialmente, con una lanza o una espada en la mano. A sus pies, la mayoría de las veces, un
ser repugnante, oscuro siempre, a veces con cuernos, otras con un rostro aborrecible, mitad
humano mitad reptil: San Miguel es un protector, un recordatorio de que es importante
protegerse y mantenerse alerta en la lucha contra el pecado.
El apóstol Santiago el Mayor, el del campo de estrellas, el humilde peregrino del bastón y
la concha de mar que se dirige paso a paso hasta el fin del mundo, se transforma a partir del
siglo XII en otro santo guerrero de la Reconquista española, con grandes semejanzas con San
Miguel. El demonio se sustituye por las cabezas o los cuerpos, igualmente deformados, de los
moros de los que defiende a sus fieles. Monta un célebre caballo blanco, y blande una espada,
como la tradición dice que se le viera antes de la batalla de Clavijo que mantuvo Ramiro I.
Resulta perturbadora ahora esa demonización de los musulmanes, que muchas veces se ha
corregido: algunos quieren ver en esa imagen un eco del rey santo Ladislao de Hungría: y las
similitudes con San Jorge son también evidentes.
Jorge de Capadocia nació, se cree, en tiempos del emperador Diocleciano, y murió
joven, decapitado por su condición de cristiano el 23 de abril de 303. En el siglo IV ya existe
devoción a esta figura, un soldado de valor y nombre que se negó a participar en las
persecuciones de sus hermanos.Su canonización temprana y el extraordinario atractivo de su
figura provocaron que otras historias se asociaran a la suya: así, se le atribuye la muerte de un
dragón que asolaba Beirut y que exigía diariamente el sacrificio de una doncella. El día en que
la princesa del reino fue escogida, Jorge, en su caballo blanco, como había hecho Perseo con
la Andrómeda encadenada, apareció en armadura completa para vencer a ese monstruo
símbolo del horror, la tentación y el mal.
San Jorge no solo se convirtió en un protector de ciudades y países: en el imaginario
colectivo, fue también una metáfora de la lucha contra la tiranía, de resistencia frente a la
imposición de creencias. En Asia Menor, en América, en todo el Mediterráneo, en el norte de
Europa se encuentran sus representaciones y se celebra su figura el 23 de abril, que en
España coincide con la bonita celebración del día del Libro, y también el seis de mayo en la
Iglesia Ortodoxa.
Y hoy es hermoso recordar que además de ser el patrono de los soldados, de los
herreros y protector contra las serpientes, San Jorge lo es de Ucrania, en particular de
la región de Kiev y de la ciudad de Leópolis: una imagen de luz sobre la oscuridad, de
esperanza para quien sufre y aguarda en los sótanos y búnqueres, del final de la guerra, de la
protección de Dios sobre los inocentes. Aún quedan dragones: y aún se necesitan santos.
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