Pacificar la ciudad. Francesc Torralba

 El estallido de la guerra en Ucrania ha puesto de nuevo el valor de la paz

en el centro del huracán. Nos percatamos de la fragilidad de este don y de la

necesidad que tenemos de cultivarlo y de defenderlo. La paz no es solo la

ausencia de guerra, sino un estado de equilibro y armonía entre identidades.

¿Cómo pacificar nuestras ciudades?

Tres rasgos caracterizan las grandes urbes contemporáneas: la

emergente pluralidad, la aceleración de los ritmos de vida y las desigualdades

de orden social y económico.

Los tejidos sociales de las grandes ciudades del mundo integran en un

seno una gran diversidad de identidades colectivas, de etnias, minorías y

comunidades morales extrañas unas de otras. Esta pluralidad es un reto

decisivo para la edificación de la paz, pues fácilmente se produce una

incomunicación entre estos subconjuntos, de tal modo que la fragmentación

hace difícil el diálogo y la interacción. La edificación de la paz requiere la

existencia de nexos, la deconstrucción de prejuicios, la cohesión social. Para

ello, es fundamental hallar pretextos, razones para cohesionar las comunidades

morales extrañas entre sí con el fin de reconocer lo que las une.

La aceleración de los ritmos de vida, de consumo y de producción es un

fenómeno muy característico de las grandes urbes. Esta situación genera

formas de desequilibrio y todo tipo de patologías físicas y psíquicas, conduce a

lo que se ha denominada una sociedad del cansancio, pues violenta los ritmos

naturales de vida y ello engendra situaciones de conflicto.

El factor tecnológico ha hecho posible la aceleración de las

comunicaciones y de las interacciones, pero todavía no ha servido para liberar

tiempo personal y profesional, ni para desarrollar actividades que estimulen la

creatividad y la cohesión social. La aceleración de la vida cotidiana no se debe

únicamente al factor tecnológico, sino a la globalización de la economía

neoliberal que conduce a un turbocapitalismo cuyo fin es obtener el máximo

beneficio con el mínimo coste posible. La paz requiere de procesos de diálogo,

de conocimiento mutuo, sólo es posible si se recuperan los ritmos naturales y


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no se violenta al ser humano con el fin de extraer de él el máximo rendimiento

con el mínimo tiempo posible.

Finalmente, en las grandes ciudades del mundo se observan todo tipo

de desigualdades económicas y sociales. Estas desigualdades generan

resentimiento, tensiones y dificultan el proceso de paz. La paz requiere, como

condición de posibilidad, la justicia. De ahí se deriva que para edificar la paz en

una ciudad, en un municipio o en un megápolis, es esencial luchar contra las

desigualdades. A más desigualdad, más miedo y ello conduce a una sociedad

de la vigilancia y del control.

Edificar la paz en las ciudades exige edificar puentes entre comunidades

morales extrañas entre sí. Ello sólo es posible si se dan tiempo para conocerse,

para aprender mutuamente unas de otras. La dialéctica del señor y del siervo

que se observa en tantas instituciones y organizaciones es un obstáculo

fundamental a la paz. La paz exige equidad de derechos, pero atención a la

singularidad de cada identidad.

Ello nos exige pensar qué caminos y procesos pueden contribuir a

pacificar las grandes ciudades, qué cambios pueden contribuir a hacer de ellas

esferas de acogida donde todo ser humano pueda vivir dignamente.



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