Ser eterno . Espido Freire



Tengo la impresión de que en España se conoce poco y se lee menos a una de las

filósofas más relevantes del siglo XX, la exquisita Edith Stein. Pese a su condición de Patrona

de Europa y su extraordinaria biografía, que sin duda encontrarían un eco y una empatía que a

veces es el camino hacia su estidio, en los numerosos centros de secundaria que visito, en los

programas de animación a la lectura, nunca la he visto entre los referentes filosóficos o

femeninos que se proponen como inspiración a los adolescentes. Ni nunca me la han

mencionado.

Puede considerarse que la hondura y la complejidad de su pensamiento no resulta

accesible para esas edades. Sin embargo, dudo de que las mentes de Hannah Arendt, o María

Zambrano, o que las contradicciones entre vida y obra de Simone de Beauvoir o Ayn Rand les

resulten más sencillas. Y todas estas brillantes autoras carecen no solo del terrible fin de Edith

Stein, asesinada en Auschwitz en 1942, y canonizada tras su martirio, sino que ahondan

menos en el tema imprescindible del amor. La vida, y sobre todo la muerte de Stein eleva gran

parte de su mensaje a una profecía personal, a un mensaje de una extrema potencia. Y aún

así, muy pocos reconocen su nombre.

Quizás una de las razones de que se trate poco sea su difícil clasificación como símbolo:

hablamos de una alemana nacida como judía, formada en Gotinga como alumna atea de

Husserl pero lectora de Tomás de Aquino, y conversa católica hasta el punto de tomar los

hábitos como carmelita con el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. A menudo se pasa por

encima este nombre, y la relación y las lecturas que llevó a cabo de Santa Teresa y de San

Juan de Cruz, poetas y místicos, de origen judío, como ella, con quienes inició una

personalísima relación de entendimiento e interpretación. No se trata solo de que el ser

humano no pueda pensarse sin Dios, sino que establece y rescata en su pensamiento los

conceptos de la caritas Dei y de la caritas homini.

El enamoramiento de Dios, el gozo que libera e ilumina al ser perdido en una noche

eterna, cobraban un especial sentido en un momento en el que su Alemania natal se

estremecía con las teorías de la superioridad racial y el odio al diferente, muy en especial al

judío: eso se acompañaba con un papel de la mujer desprovisto de dignidad o de libertad.

Frente al ascenso del nazismo, Edith, judía, mujer, católica, intelectual, la extraña en cada uno

de los grupos en los que se encontrara, aboga por la belleza, la dignidad, la perfección y la

bondad intrínseca de cada ser humano, al margen de considerarse o no una raza superior, un

pueblo elegido o la verdadera religión.

Entiendo que el estudio de la obra de Stein requiere de madurez y de tiempo: su

maravillosa obra El ser finito y el ser eterno, publicada en 1950, logra un equilibrio difícil

entre la filosofía moderna y la tomista, y el conocimiento que exige se encuentra muy lejos del

lector común: pero muchos de los artículos que escribió sobre la condición de la mujer, o sobre

la educación, no han envejecido un día. El contagioso gozo con el que habla de la experiencia

de Dios, del encuentro entre el ser humano y la divinidad introduciría un revolucionario y

necesario cambio en un momento vacío de significado. Y ojalá los jóvenes tuvieran un mejor

acceso a ella. Se enamorarían.


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