UNA TRÍADA TEOLÓGICA. GIANFRANCO RAVASI

 Durante siglos, la teología ha sido la reina de las disciplinas. Incluso el siglo pasado, caracterizado

por el fenómeno de la secularización, alumbró personalidades teológicas de alto perfil como Barth,

Bultmann, Bonhoeffer, Daniélou, De Lubac, Guardini, von Balthasar, Rahner, Congar, hasta llegar

al propio Ratzinger y Moltmann. Mencionamos este último para proponer una tríada de personajes

con el fin de que los lectores deseen adentrarse en este territorio que en nuestros días resulta poco

atrayente. Aprovecharemos un aniversario: los 50 años de tres ensayos teológicos publicados en

1972. Empezaremos por el teólogo Jürgen Moltmann y su famosa Teología de la esperanza, en

claro contraste con el Principio de la esperanza de Ernst Bloch y con los principales teólogos

alemanes de la época. Como culminación necesaria de esta cristología escatológica regida por la

esperanza elaboró El Dios crucificado motivado también por el escándalo de la Shoá. La fuente de

la esperanza es la resurrección de Cristo que es un hombre crucificado, solidario con la historia

humana, caduca, trágica y miserable. Un Dios “patético”, es decir, dotado de patetismo que

comparte real y no metafóricamente el sufrimiento y las limitaciones humanas, revelándose muy

diferente del gélido Motor inmóvil aristotélico. En este sentido resulta evocadora la fusión de los

dos rostros, trascendente e inmanente, que subraya Dante: “Un solo y eterno Dios que, sin ser

movido, mueve todo el Cielo con amor y con deseo” (Paraíso XXIV, 130-132). Aquí, por un lado,

encontramos la perfecta inmovilidad de la trascendencia divina que, sin embargo, es el motor del

universo; y, por el otro, “el amor y el deseo”, cualidades de una comunión con la humanidad. Para

Moltmann, una cruz sin resurrección sería solo un fracaso y una resurrección sin cruz sería solo un

milagro. Este fuerte vínculo con el presente histórico de la cruz nos permite pasar al segundo autor,

el brasileño Leonardo Boff, abanderado de la teología de la liberación, que hace cincuenta años

publicó su Jesucristo libertador. Cristo entró en la Historia no para invitar a la humanidad a un

místico reino de los cielos. Vino a construir un mundo nuevo y el cristiano es quien, como su Señor,

anuncia y construye este reino de justicia, libertad y verdad. Aquí, introducimos al tercer personaje,

el jesuita canadiense Bernard Lonergan, uno de los pensadores más completos y rigurosos. Fui

estudiante de Lonergan durante dos años en la Universidad Gregoriana de Roma. Sus lecciones eran

entonces en latín y el suyo era un latín refinado que denotaba una arquitectura lógica perfecta y

exigente. En esta línea se sitúa su ensayo El método en teología que se consagra como un proyecto

de repensamiento radical de la epistemología teológica. Como broche para esta conmemoración del

cincuentenario, damos la palabra a uno de los grandes teólogos ya mencionados, Karl Barth: “Entre

las ciencias, la teología es la única que toca la mente y corazón, enriqueciéndolos. Se acerca a la

realidad humana y lanza una mirada luminosa sobre la verdad divina. Pero también es la más difícil


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y expuesta a riesgos. En ella es más fácil caer en el desánimo o, peor aún, en la arrogancia. Más que

cualquier otra ciencia puede convertirse en una caricatura de sí misma”.


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