Un fenómeno ambiguo. Francesc Torralba

La ambigüedad es inherente al fenómeno deportivo, pues es algo

intrínseco a la condición humana. Somos ambiguos y sólo a través de la acción

se aclara la ambigüedad, pues mediante ella, uno revela cómo es, cómo trata a

los demás, qué prioridades tiene.

En un campo de fútbol se puede expresar lo mejor de la persona, pero

también lo peor. Como dijera el filósofo y Premio Nobel de Literatura, Albert

Camus (1913-1960), uno puede aprender lo fundamental de la vida jugando al

fútbol, pero también es verdad, se puede añadir, que en un estadio de fútbol

puede incorporar toda suerte de malos hábitos y vicios.

El deporte, en la medida en que es una actividad humana, es un reflejo

del mismo ser humano y de la sociedad en la cual vive. La obra revela al ser de

la persona. Por el modo cómo un ser humano realiza una actividad, la que sea,

enseñar, curar, cuidar, cocinar, dirigir, o jugar al fútbol, se manifiesta la

naturaleza de este ser humano, su carácter, su tesón, sus habilidades, sus

rasgos morales, porque, como indicaban ya los clásicos medievales, santo

Tomás en entre ellos, la obra siempre sigue al ser.

Existen muchos modos de realizar la actividad deportiva, incluso

respetando las mismas reglas de juego. Respetar las reglas es el mínimum

exigible a todo deportista, pero respetarlas escrupulosamente, todavía no

garantiza la excelencia deportiva en sentido moral, pues ésta depende de las

virtudes que tenga el jugador.

El modo cómo se enfrenta el deportista a una derrota, el modo cómo

asume una decisión arbitral que le parece injusta, la manera cómo reacciona a

la jauría de la masa cuando le abuchea, definen su identidad. La identidad

personal se manifiesta, muy habitualmente, por reacción. Nos damos cuenta de

cómo es el otro, al ver cómo reacciona a lo imprevisto, a lo que no estaba

dentro de sus planes ni programas. También puede decirse de uno mismo.

El deporte es, como se ha dicho, un reflejo en el plano micro de la

sociedad, revela sus grandezas y sus miserias, también sus valores y

contravalores. No es un ámbito puro, inmaculado, ajeno a las vicisitudes que

padece el cuerpo social.


Las modas, los prejuicios, los estereotipos y los tópicos que circulan en

el imaginario colectivo y que se pegan en el pensar y en el hablar de la

ciudadanía, se reproducen, exactamente igual, en el ámbito deportivo y, a

veces, con mucha más vehemencia, por su función liberadora. El ciudadano no

se reprime en la cancha como se reprime en la oficina o en su casa. Muestra lo

que piensa del sexo femenino, del sexo masculino, de la homosexualidad, lo

que piensa de determinadas etnias y razas, revela sus sentimientos más

viscerales.

En efecto, el deporte no es ajeno al racismo, no es ajeno a la violencia,

al sexismo, al economicismo o a la homofobia. Sin embargo, también hay

mucha luz en el deporte: transmisión de valores, épica, honor, lealtad, entrega,

generosidad. Sólo por ello, es un verdadero instrumento para la educación

integral de la persona.

Efectivamente, el deporte extrae y depura lo mejor y lo peor de nosotros,

porque está íntimamente ligado a las emociones y a nuestro yo más íntimo.

Llevados a situaciones de máxima tensión, sale a relucir nuestro verdadero yo.

Pero toda esa tensión exagerada y esa exigencia desmesurada por obtener el

triunfo deberían de canalizarse como energía positiva en su esencia más pura,

que debería de mover las masas en la buena dirección a través de

comportamientos ejemplares.



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