INCERTIDUMBRE. María de la Válgoma
Muchos de ustedes convendrán conmigo que este ha sido un verano,
distinto, raro. Si, como hace la Fundeu cada año (Fundación del
español urgente) tuviéramos que buscar una palabra que lo
designase, casi todos diríamos “calor”. Un calor infernal que se ha
llevado por delante muchas vidas humanas y ha agravado en otros
las enfermedades. Y el calor y la sequía trajeron los incendios.
Hectáreas y hectáreas arrasadas por el fuego, destruyendo cultivos,
viviendas, ganado, el sustento de muchos. No sólo en nuestro país, el
sur de Francia y otros lugares también lo han padecido. Y aún hay
quien niega el cambio climático diciendo que es normal que en verano
haga calor. Las temperaturas han sido, en muchos lugares las más
altas, desde que hay mediciones y por eso se ha hablado de calor
“histórico”. Yo estaba en Palermo el día que hizo más calor del siglo
en la capital siciliana: 46º, con un alto índice de humedad y soplando
un siroco, que llegaba de África, que quemaba en los brazos, las
piernas, el rostro, todo lo que no estuviese cubierto. Pese a eso los
españoles, se lanzaron a las vacaciones, como si no hubiese un
mañana, desoyendo las voces de los que decían que la guerra de
Ucrania iba a afectar seriamente a nuestro bolsillo este invierno y que
convenia ahorrar, voces que, si escucharon otros países, como
Alemania, Francia o el Reino Unido. Aficionados al Carpe diem hemos
vivido el momento ante la incertidumbre que sentimos ante un
futuro, que se hace ya presente. “Si Putin aprieta el botón nuclear, a
mí, que me quiten lo “bailao” le oí decir hace unos días a un señor de
mediana edad, cuando yo pasaba por una de las miles de terrazas
que han brotado como setas en muchos barrios de Madrid. Sentimos
incertidumbre hacía el otoño, que empezará en algunos días, y más
aún hacia un invierno en el que la mayoría pasaremos frio. La alta
inflación y la crisis energética, el corte de suministro del gas ruso, las
subidas de los precios en la “cesta de la compra” y en todo aquello de
primera necesidad, son serias señales de alarma que nos hacen
experimentar angustia y ansiedad. Y eso nosotros, que no dejamos
de ser unos privilegiados. Frente a este cuadro, más o menos
apocalíptico, dan ganas de acudir al Evangelio y leer muy despacio a
Mateo cuando narra las palabras de Jesús ante una multitud llena de
angustia y ansiedad: “No os angustiéis. Mirad las aves del cielo: no
siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre
celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de
vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de
su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos como crecen los
lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en
todo su esplendor, estaba vestido como uno de ellos.” Es hermoso y
consolador, pero yo no puedo decirle a alguien que duerme en la calle
o a la familia guineana que van a desahuciar la próxima semana, que
no se preocupen, que solo los paganos se preocupan de lo que van a
comer o con qué van a vestir, sería injusto desde mi posición,
decirles eso. Lo que, si puedo, sin embargo, es seguir la
recomendación de Mateo: “Buscad sobre todo el reino de Dios y su
justicia”, pensando que, si realmente lo buscamos, sobre todo con
nuestros actos en pro de los que no tienen esa justicia, que podría
asimilarse al Reino, quizá al final todo se nos de por añadidura.
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