REPITAMOS Y REITEREMOS. Francisco Vázquez Vázquez
Y hagámoslo hasta la saciedad. El cristianismo está en trance de desaparecer en las
tierras de Oriente Medio, allí donde Jesús nació, predicó, fue muerto y resucitó, razón por la
que esos lugares se conocen y denominan como santos.
Territorios que son el origen del asentamiento de las primeras comunidades cristianas
integradas desde hace ya más de veinte siglos por poblaciones nativas de aquellos mismos
países y naciones, una realidad no resaltada a la hora de denunciar el acoso y persecución que
sufren las minorías cristianas a las que no se les reconoce su derecho a profesar su fe, no solo
públicamente, sino incluso en muchos casos a nivel privado.
Porque es importante resaltar que cuando se denuncia y se solicita el respeto y el
reconocimiento del principio de libertad religiosa en aquellos Estados de mayoría musulmana,
se hace, no para pedir su aplicación en beneficio de la población extranjera, sino como un
derecho inalienable de una minoría tan o más nacional que el resto de la población, incluso
cuando se trata de naciones árabes.
En Oriente Medio, a excepción de Líbano e Israel, todos los países son de mayoría
musulmana. En todos ellos, constitucionalmente el Islam es la religión oficial y la única fuente
legal es la Sharía, la ley islámica, cuyos preceptos establecen las obligatorias normas de
convivencia para todos los ciudadanos, independientemente de su religión.
No olvidemos que aquí en Europa, muchas de las comunidades musulmanas instaladas
como consecuencia de las emigraciones masivas producidas en los últimos años, se organizan
civilmente conforme a las normas de la Sharía, al margen absoluto de las legislaciones de sus
países de asentamiento, tal como sucede por ejemplo en Bruselas, Ámsterdam o en el
Banlieue parisino.
Volviendo al hilo del tema, conviene recordar que la práctica pública de cualquier religión
no musulmana está rigurosamente prohibida en gran parte de los países islámicos de aquella
zona, e incluso como sucede en Arabia Saudí, hay una policía religiosa que persigue y
sanciona el culto privado o la posesión de objetos o símbolos de cualquier creencia no islámica,
como por ejemplo una cruz o un ejemplar de la Biblia.
A la intolerancia institucional se une el acoso y la persecución violenta desencadenada
en los últimos años por el fundamentalismo islámico, que en sus zonas de implantación, no le
concede a las minorías cristianas mas que tres alternativas: o convertirse al Islam, o pagar el
impuesto de la Jizya, o simplemente la espada, esto es la muerte, marcando sus casas y sus
propiedades con la N de “nassari”, que significa nazareno, término con el que identifican a los
cristianos.
Hace un siglo los cristianos constituían un 20% del total de la población de Oriente
Medio, mientras que hoy son poco más de 15 millones, un escaso 4% del total, cifra engañosa,
ya que incluye a la emigración cristiana de trabajadores filipinos implantados desde hace pocos
años.
El ejemplo más dramático es el de Irak, donde en pocos años los cristianos de un total
de 1.400.000 han pasado a poco más de 250.000, un elocuente 1% de la población total del
país.
Corresponde a los gobiernos europeos y a las instituciones de la propia Unión Europea,
exigir que en los países musulmanes se dé a los fieles cristianos el mismo trato que en
nuestros países se da a los fieles musulmanes.
Se trata de demandar la aplicación del más elemental de los principios del derecho
internacional, cual es, el de la reciprocidad, tal como establecía el derecho romano en la figura
del contrato innominado, “do ut des”, doy para que me des.
Sencillamente es exigir la aplicación y vigencia del derecho universalmente reconocido
de la libertad religiosa y hacerlo con la misma energía con la que diariamente los gobiernos
nacionales y las instituciones europeas denuncian la conculcación de cualquier abuso, exceso,
acoso o persecución de los derechos de todas las minorías habidas y por haber. Dixit.
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