EL HUMOR DE JESÚS. GIANFRANCO RAVASI

 Amos Oz, uno de los escritores más libres y creativos de Israel, publicó una novela en la que

incluyó esta confesión autobiográfica: “Leí los Evangelios y me enamoré de Jesús, de su visión, de

su ternura y de su soberano sentido del humor”. Todo cierto incluso para aquellos que no son

creyentes, aunque, a primera vista, parece difícil compartir la admiración por el “soberano sentido

del humor” de Jesús. En el umbral de su muerte en 2020, a la edad de 80 años, uno de los más

grandes neotestamentarios alemanes, Klaus Berger, quiso dedicar un ensayo precisamente al

“humor de Jesús”. Es un texto que entrelaza el análisis exegético, teológico y literario con una

hermenéutica viva y creativa, acompañado de un glosario para evitar malentendidos. Así define

Berger el humor de Jesús: “Una reversión de todo lo que se percibe como serio, amenazante y capaz

de infundir miedo. Es la destrucción de un poder presuntuoso y una reafirmación de la libertad”.

Componentes como la paradoja, la ironía, la crítica, la libertad de expresión, el riesgo y la hipérbole

se incluyen en esta categoría, así como el hábil uso del absurdo que hace Cristo para desmontar

estereotipos. Partamos del título del ensayo con el famoso contraste entre el imponente camello y el

diminuto ojal de la aguja. Se podría continuar con la inquietante invitación a amputarse un ojo o una

mano, con el ciego que se convierte en guía de ciegos, con la serpiente que se ofrece a un hijo para

comer, con la lámpara encendida y escondida bajo el celemín, con las perlas arrojadas a los cerdos o

con el hijo pródigo. Si quisiéramos profundizar en el significado del acercamiento de Jesús a la

historia, la verdad, la muerte misma, los animales y el poder, el camino por el que nos lleva Berger

se convierte en una inesperada relectura de los Evangelios. La esencia del anuncio de Cristo se halla

intacta en este ensayo, pero con una mordacidad y un rostro inéditos que el velo del humor no

oscurece, sino que exalta. Transgresor de los tabúes, Cristo consigue extraer enseñanzas virtuosas

incluso de lo indecoroso, como la molestia al vecino (Lucas 11, 5-8), las vírgenes por la calle en

medio de la noche (Mateo 25, 1-13), o el ser merecedor de calificativos como “glotón y borracho”

entre glotones (Marcos 2, 18-20). Berger asegura que “cualquiera que tolere las provocaciones de

Jesús o incluso las encuentre edificantes necesita sentido del humor, de lo contrario Jesús le

confundiría”. Incluso algunas escenas milagrosas protagonizadas por Cristo revelan un perfil

similar, como cuando imagina plantar la morera en el mar para ilustrar el tema de la fe pura y

radical (Mateo 17, 20), o habla de los dos mil cerdos que se ahogan en el lago de Tiberíades

(Marcos 5, 13). El concepto de humor, entendido en esta forma amplia, se convierte así para Jesús,

según Berger, en una forma simbólica de emplear con poder y radicalidad palabras y acciones,

llamamientos y juicios, vida y muerte. Es una epifanía humana de Cristo, una cualidad

posteriormente ampliada por los evangelios apócrifos. Ionesco decía que “donde no hay humor, no

hay humanidad; y donde no está la libertad que uno se toma de sí mismo y de la realidad, ahí está el

campo de concentración”. Y esto lo demuestran las dictaduras con su alergia a cualquier tipo de

ironía.



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